jueves, 3 de febrero de 2011

Daniela

En el bar, donde estaba disfrutando mi café de las cuatro, me fijó en un anuncio que colgaba en la pared, entre muchos otros anuncios, y en él ponía.
-Soy una chica de ven ti dos años, estudiante de teatro. Soy muy responsable, divertida y con mucha experiencia con niños. Hablo Ingles, Francés y Castellano. Estoy disponible todas las tardes. Quien lo desee, puede llamarme a este número. Firmado Daniela. Y en pie de página, cortado en tiras el número de teléfono y su nombre en cada una de ellas.
Daniela, me gustaba el nombre. Y sin darme siquiera cuenta ya había arrancado una de esas tiras, con su nombre y una consecución de números. Y mientras me lo guardaba en el bolsillo, mi primer pensamiento, fue -¿si yo no tengo niños?-, pero aun así lo guardé en el bolsillo interior de la chaqueta, y continué leyendo el libro.
Revisé las líneas intentando descifrar en cuál de ellas me quedé, y me dí cuenta que estaba totalmente perdido. Había perdido el hilo por completo, y tuve que retroceder una página completa para continuar con mi narración interna.
Cuando descubrí la parte perdida del libro, como si mecánicamente y sin contribuir de ninguna forma a ello, mi mente viajó, como si en una barca montara mi perseverancia a la lectura, y una ramificación del rio por donde fluía Daniela.
Parecía como si el simple nombre de Daniela, fuera más poderoso que la fluida lectura del libro. Y así me desviaba el pensamiento. Las palabras del papel, desaparecían de mi mente y el intento de crear una imagen de Daniela cobraba mas interés que cualquier otra cosa. ¿Cómo será?. Tan solo por el nombre comencé hacerme una imagen de lo que podría ser un boceto de ella. No podía ponerle color, ni a su piel, sus ojos su pelo, ya que por el nombre podría deducir que era Francesa, ya que, como decía en su breve currículum hablaba francés y lo escribió en primer lugar, y ese nombre, parece más común. Y así abandone por completo la historia escrita, para viajar por mi propia historia ficticia. Así fueron pasando las horas que acontecieron a los días, y mi inquietud, creía de la mano con ellos.
Noté, como mi aptitud hacia las cosas cotidianas, me asqueaba. Como dejaba que el tiempo pasará y yo tranquilo ante él. El simple hecho de no coger el teléfono cuando sonaba, se convirtió poco a poco en una costumbre, y me enfadaba como un niño, cuando no dejaba de sonar, en esos momentos sí que me apetecía descolgarlo, y gritarle a quien estuviera al otro lado, que me dejara en paz, que no tengo tiempo para él, que estoy muy distraído pensando en Daniela, y como será.
Consciente de mi desaliño con el mundo, intenté trazar un plan para poder (“intentar”) controlar esta situación, conocerla, poder saber algo mas de ella. He estado mucho tiempo pensando y pensando, pero aunque no me vea un tipo de acción, esta vez tenía que poner algún medio, o pies en polvorosa a ese pensamiento que me estaba robando la vida. Me obsesioné, con algo que no podía controlar, algo tan efímero, como un anuncio en un papel, colgada entre muchos otros anuncios, que no me decían nada.  
La decisión era sencilla, tan solo tenía que coger el pedazo de papel que arrugado de tanto mover de un lado a otro, agarrar esa maldita máquina, que ahora me daba pavor, el teléfono, marcar un número tras otro, y esperar que contestaran, para poder decir… el qué, que iba a decir, no tengo excusa para llamar. Tampoco quiero que piense que soy un loco, un trastornado, alguien que no ha tenido vida desde que por fortuna o sin ella, encontró un anuncio durante su hora del café. No tengo niños, ni conozco a nadie que los tenga, para poder recomendarla. Pero la respuesta estaba todo el rato delante de mía, podría decirle que no tengo niños, pero si muchas ganas de aprender francés, -sí, esa es la excusa perfecta-, me decía una y otra vez, mientras empuñaba el arma letal, la llave que abriría la puerta de la cordura. Marqué lentamente los números, con la torpeza de quien esté enfrentándose a un temor.
Termine de marcar el último número, y esperé que sonara el teléfono, cuando sonó el primer pitido, resonó tan fuerte en mis oídos, que mi primera reacción, fue colgar rápidamente, pero algo detenía mi mano. Como si mi mano se convirtiera en un imán muy potente. Siguió sonando, dos, tres veces, y nadie contestaba, cuando los pitidos se cortaron¡, y una voz femenina pronunció unas palabras, las cuales no pude escuchar con claridad, ya que todo parecía hueco, como con eco.  –Hola-, contesté. He visto tu anuncio en la pared de un bar mientras tomaba un café, y me preguntaba, ya que sabes francés, si podrías impartirme alguna clase, ya que estoy muy interesado en aprender el idioma-, lo solté de tal forma que a medida que decía una palabra, no recordaba la anterior. Se hizo un silencio, y por fin escuche la voz, esa voz con la que había fantaseado desde hacía un tiempo. Se denotaba su acento francés, un cosquilleo de victoria recorrió mi cuerpo, eso hizo crear un sentimiento de acercamiento por mi parte, como si todo lo que hubiera imaginado de ella, fuera real. Y fui tranquilizándome. – ¿Como? -, contesto la voz por el auricular algo aturdida. No savia que contestar, los nervios, no recordaba que es lo que le dije, tan solo recordaba, es que quería aprender francés. – Eres, Daniela? -, - Si, soy yo -. – buenas me llamo Juan, y el otro día encontré un anuncio en un bar que ponía que hablabas francés, y yo quiero aprender francés, es por si estas interesada en impartirme alguna clase entre semana, alguna tarde-, no podía creer lo que había hecho. – Pero es que no doy clases, el anuncio es para cuidar niños -. – Ya, pero pensé que si quisieras, ya que sabes francés, no te importaría darme alguna clase -. Permaneció en silencio un rato, un rato diminuto, pero como un gigante para mí, y continuó. – Lo siento mucho, pero no estoy interesada -. Y así, colgó el teléfono.

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